Adentrarse en la oscuridad de la cueva.

El título de esta entrada no es el de una película de Serie B y mucho menos de una película X... aunque podría. Con este título quiero referirme a aquella sensación mágica, sagrada e intimidante que debieron sentir nuestro abuelos y abuelas al introducirse en las profundidades de las cuevas.

Es cierto que muchas pinturas rupestres se han hecho en abrigos, a la luz del día. Pero otras, se han dibujado en paredes interiores dónde la luz del Sol no llega y quedarse sin lumbre suponía, perderse y no saber si uno saldría con vida. Esto, sin linternas y pilas, sin leds, ni ordenadores... simplemente con unas sencillas lámparas.

El miedo a la oscuridad o a quedarse atrapado en las entrañas de la tierra, en un ambiente negro, húmedo y silencioso, sería lo más parecido a la muerte. Y una pequeña luz "al final del túnel  sería la mayor gloria que uno pudiera sentir.

Pero bueno, por no hablar más del plano psicológico, que es muy importante pero que daría mucho de sí, hablaremos mejor del plano técnico. Quiero decir, la capacidad de hacer antorchas o lámparas para iluminarse por primera vez y que fue un paso de gigante en la habilidad de dominar el fuego. Quien inventara las lamparitas, podría decir algo así como: una pequeña lámpara para un hombre, pero una gran luz para la humanidad.

Y no exagero. Hay que tener en cuenta que el Homo Sapiens, a diferencia del Neandertal, pudo adentrarse en las partes más profundas de algunas cuevas que hoy conocemos, como por ejemplo:


  • La "Escena del Pozo" de Cueva de Lascaux se sitúa a 50 metros de profundidad.
  • La "Cola de Caballo" de las cuevas de Altamira, está situada a 200 metros de profundidad.


Y bien .. ¿cómo fabricaron estas primeras lámpara? Por lo visto, no podían estar hechas de grasa porque se apagaban al menor vaivén, y tampoco podrían ser enormes antorchas porque la emisiones de humos impedirían la estancia en una cavidad cerrada. La solución fue la cera de la abejas (igual que las velas que usamos 20.000 años después). Un mecha elaborada con pelos de animales trenzados era recubierta con un pegote de cera. Así con varias, podían aguantar horas, e incluso días.

Estas fueron las conclusiones a las que llegaron recientemente en el Ciclo de Conferencias de la Sociedad Prehistórica de Cantabria. «Teníamos interés en conocer cómo se hicieron las necesarias exploraciones para realizar o visitar este arte en el interior oscuro de las grandes cuevas, porque su situación, en zonas de difícil progresión, necesitaba de una iluminación segura. Cuando probábamos con lámparas de grasa no funcionaban y nos ponían en peligro porque se apagaban al más mínimo desnivel del recipiente», explica Pedro Cantalejo, uno de los responsables del estudio, junto con María del Mar Espejo..


Me imagino al antiguo artista-chamán-cazador, buscando en la densa oscuridad de la caverna, una roca adecuada, iluminada con una sencilla lamparita de cera, para pintar el espíritu de un animal al que deberán cazar para dar de comer a todo el Clan.

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